Abrazar la soledad

Todas las personas podemos recordar al menos un momento en el que nos hayamos sentido solos: al cambiar de ciudad para ir a la universidad o al empezar a vivir solos, tras un divorcio o el fallecimiento de la pareja, en una fiesta o evento en la que no conocemos a nadie.
Somos animales sociales que nos implicamos de manera importante en las relaciones sociales y eso nos abre a la posibilidad de la soledad.

La experiencia de la soledad va cambiando a lo largo de la vida, de maneras relativamente predecibles. Es más intensa en la juventud y en la vejez, pero los estudios parecen indicar que hasta un 25% de las personas en nuestra sociedad se sienten solas de manera regular.
El problema de la soledad, cada vez más prevalente en nuestra sociedad y agravada por la tendencia a la virtualidad que merma los contactos físicos y reales, es que a menudo se esconde porque conlleva un estigma social y, además, que puede tener un impacto negativo en la salud física y mental y en la esperanza de vida.

Entender porque nos sentimos solos puede ayudarnos a abrazar esa experiencia cuando surge, de manera inevitable, en algunas etapas de la vida permitiéndonos manejarla mejor.

Los investigadores definen la soledad como “un aislamiento social percibido” y la palabra clave es “percibido” porque una persona puede sentirse sola, aunque no lo esté en realidad porque tenga pareja o esté rodeada de gente.
Dos personas pueden tener el mismo número de amigos, pasar la misma cantidad de tiempo con ellos y una estar contenta con ello mientras la otra se siente sola.
Por eso, la soledad es una experiencia subjetiva. Podríamos decir que es la diferencia entre las relaciones que tienes y las que te gustaría tener.
La percepción de soledad puede acrecentarse cuando la persona está inmersa en relaciones desagradables o estresantes o cuando hay insatisfacción respecto a ellas, a lo mejor porque no ofrecen la calidad o la cantidad deseadas.

La importancia de la calidad y la cantidad en las relaciones varía también con la edad.
Un estudio realizado en Noruega con más de 15 000 personas sobre su actividad social y su nivel de soledad evidenciaba que la cantidad importaba más en personas jóvenes, entre 18 y 29 años, y la calidad en personas entre 30 y 64.
En este último grupo, era esencial poder tener confidentes, alguien con quien poder hablar de manera íntima.
Eso tiene bastante sentido si reflexionamos sobre la trayectoria vital.
Cuando se es joven, el foco está en desarrollar una carrera profesional, en encontrar pareja. Ayuda conocer mucha gente y pasar mucho tiempo con ella.
A medida que envejecemos, incluso cuando la situación familiar se hace más compleja con la llegada de niños, tendemos a ver a los amigos con menos frecuencia, pero resulta esencial poder tener personas de apoyo a las que poder llamar en momentos de tensión o crisis.

Sin embargo, para el grupo de personas de entre 65 y 79 años, la soledad no parecía depender de cuan a menudo veían a sus amigos o si tenían a una persona de confianza a la que poder recurrir. Quizás porque tenían menos expectativas sobre sus amistades o porque se refugiaban más en la familia.
Aunque en otro estudio realizado en Gran Bretaña, se confirmaba que la calidad sigue siendo importante en esta franja de edad.

Mas allá de las amistades y la familia, las relaciones románticas pueden también protegernos de la soledad.
Si hasta los 30 años no parece haber diferencia en la sensación de soledad se esté en pareja o no, a partir de esa edad las personas “single” tienen más tendencia a experimentarla.
También hay que tener en cuenta que la sensación de soledad depende en gran medida de lo que cada persona considera “normal”, algo que también va variando a lo largo de la vida: tener solo dos amigas íntimas puede parecerle insuficiente a una adolescente mientras que a una mujer de 80 años le parecerá un gran regalo.

¿Como podemos desarrollar respuestas más creativas en relación a la soledad, considerando que es algo que todos vamos a experimentar?

Lo primero es de sentido común y todos los hacemos.

Intentar re-conectar, creando redes sociales que nos proporcionen apoyo, consejo y sentido de pertenencia. Eso puede hacerse a través de aficiones, deporte, senderismo o voluntariado.

Formar parte de un grupo de meditación por ejemplo, de una “sangha”,  es una buena manera de tener una comunidad de práctica con la que poder compartir desde un espacio de seguridad e intimidad.

Se pueden considerar 3 niveles de conexión- intima (pareja), relacional (amigos o familia) y colectiva (comunidad)- que permiten evitar la soledad. Nutrir cada uno de ellos es igualmente importante.

Un estudio reciente demostraba la importancia para la salud y el bienestar de lo que se denominan “lazos débiles” (relaciones más casuales o superficiales con vecinos o colegas o incluso, personas que te encuentras al pasear el perro) como alternativa y complemento a los “lazos fuertes” (familia o amigos cercanos). Son interacciones que nos permiten sentir conexión y dar y recibir amabilidad.

Hasta los 18 años, reflexionar sobre la soledad o encontrar maneras indirectas para manejarla- como por ejemplo: tomar conciencia de ella y aceptar las emociones aflictivas que conlleva, encontrar grupos de apoyo o hacer una terapia- tiene poco interés, pero se observa que los adultos entre 31 y 58 años recurren a esas estrategias con frecuencia aunque también, a otras menos saludables como el alcohol o las drogas.

Pero también podemos recurrir a la auto-compasión.

De hecho, la ausencia de auto-compasión parece estar muy relacionada con sentimientos de soledad.

La auto-compasión es la habilidad de tratarnos a nosotros mismos con la misma amabilidad y suavidad con la que trataríamos a un ser querido o a un buen amigo.

Una de las dimensiones de la auto-compasión es reconocer la humanidad compartida, el hecho de que el dolor y el sufrimiento forma parte de la experiencia humana y en realidad, nos conecta a los demás. Si no practicamos la humanidad compartida, podemos sentir que somos la única persona que experimenta dificultades, algo que también nos hace sentir extremadamente solos.

Recordarnos a nosotros mismos que todo el mundo sufre y tiene problemas, que es algo normal y que forma parte de ser humanos puede ayudarnos a no sentirnos tan solos en la soledad.

Y también, a saborear y apreciar los momentos de soledad que nos aportan la posibilidad de conectar más profundamente con nosotros mismos, disfrutando de nuestra propia compañía.

La palabra inglesa “solitude”, para la que no he encontrado traducción adecuada en español, describe la experiencia de estar solo cuando resulta placentera y nos ayuda a centrarnos y arraigarnos. Es algo que en realidad es muy importante para mantener nuestro bienestar emocional. Si nos permitimos momentos de soledad y dejamos que el ruido que nos rodea se calme, podemos reflexionar sobre lo que está sucediendo en nuestra vida en vez de estar en un mundo en el que constantemente hay acción y estamos luchando por evitar cosas o conseguirlas

Cuando nos acercamos a otras personas desde un lugar en el que estamos arraigados y centrados, descubrimos que nuestras interacciones suelen ser más positivas, porque podemos mostrarnos más auténticamente como nosotros mismos.

Creo que en esta época de agitación, cuando el mundo parece correr cada vez más rápido, los momentos de soledad son incluso más importantes que antes. Esos pocos minutos que nos tomamos para simplemente estar, para sentir el viento en la cara, para sentir gratitud al recordar a tres personas o tres cosas por las que estar agradecidos, pueden ser realmente reconfortantes y renovadores.

La meditación y la práctica de mindfulness nos ayuda a promover y apreciar ese tipo de soledad, la “solitude” pero también, a abrazar y transformar la experiencia de soledad no deseada o buscada, cuando se presenta.

1 Comment
  • Isabel Garcia Villena
    Posted at 11:01h, 12 marzo Responder

    Muchas gracias Sylvia por este escrito. Facilita y ayuda a recordar la importancia de estos momentos de soledad y a la vez compañía con una misma.
    Muy de acuerdo que mindfulness me ayuda a conectar con la «solitude».

    Isabel

Post A Comment